Alien es mucho más que una magnífica película de ciencia ficción. Siendo cierto que gracias a ella el fantástico alcanzó madurez y consiguió un mayor acceso al público adulto, la grandeza de Alien -segunda película de Ridley Scott- consiste en que pulverizó las barreras entre géneros: terror, ciencia ficción o thriller. Con evidentes influencias del western y la roadmovie, Alien señala, junto a Blade Runner, el camino estético y narrativo por el que habría de discurrir todo el cine fantástico de las décadas posteriores. Dotada de una escenografía irrepetible y de un ritmo astutamente variable, Alien contiene una atmósfera llena de pesimismo que condensa a la perfección las angustias de la época en que fue filmada. Quizá por ello, las posteriores revisitaciones del propio Ridley Scott al universo de Alien demuestran que la obra original es inimitable en su esencia. Todo es terriblemente verosímil en Alien: la nave Nostromo y sus infinitos recovecos, sus siete protagonistas humanos, plenamente vigentes, y un diseño de producción espeluznante donde la malignidad del genio de H. R. Giger dotó a la criatura alienígena de eterna vida fílmica. Todo el rodaje de Alien fue como construir un puzle de intrincadas piezas de difícil encaje, pero que, una vez ensambladas, conforman un artefacto tan letal como imperecedero.